jueves, 26 de febrero de 2009

Las historias que se llevan los barcos. - Por Paula Luraschi.

Sección Cultura

Las historias que se llevan los barcos.

Ana María Albina de las Nieves era una mujer que trabajaba en el hospital, ella tenía entre veinte y treinta años. Cada domingo recolectaba ropa, alimentos no perecederos, y libros de cuento. Los llevaba al hogar de los niños, se los entregaba, jugaba con ellos, y luego les leía las fabulosas y entretenidas historias.
Esta mujer era conocida por todo el pueblo y muy querida por los ciudadanos, pues era la mujer mas buena y generosa que los habitantes hayan conocido.
Tenía un gran corazón y lo que la angustiaba era saber que la inseguridad se instalaba y se aseguraba que algún día los niños que ella cuidaba y quería tanto tendrían que enfrentarla.
Ella trabajaba toda la semana, lo que odiaba y la impactaba de su trabajo era que cuatro de cada diez personas que recibía en el hospital eran víctimas de robos, violaciones, y otros índices de la inseguridad. Vivía en una casa precaria muy cerca del arrollo.
Cada vez que una persona tenía que ser atendido en el hospital, causa provocada por mal vivientes, ella escribía la historia de aquel individuo y las causas por las que se encontraba postrado en una camilla. Entonces, cuando llegaba a su casa, doblaba esa hoja escrita y manchada por la realidad y lo transformaba en un pequeño barquito de papel. Luego lo dejaba libre en el arrollo, soñaba con que el destino lo guíe y sane las condiciones con que cada persona debe convivir injustamente por las calles de la ciudad.
Y así fue como Ana María Albina de las Nieves llegó a realizar mil ochocientos treinta y cuatro barquitos de papel en tres meses, todos se perdieron en el arrollo, olvidados, como cada ser humano que moría en el hospital.
La realidad trágica, incomparable, e imposible de combatir asechaba con su malévola sonrisa y sin respiro a la gente se la tragaba, la esfumaba, y desaparecían. Sólo Ana María Albina de las Nieves los recordaba, pues derramaba una lágrima cada vez que un barquito de papel desaparecía en el agua. Llegó a pensar que se hundían y morían como lo hacía cada persona víctima de los ataques repentinos y no merecidos.
21 de septiembre de 2006, hora 10 de la noche, Ana María Albina de las Nieves cobra su sueldo, se retira de su trabajo y se dirige a la farmacia más cercana para comprar un medicamento necesitado por un niño internado que no puede pagarlo.
La noche se presenta fría, oscura y estrellada y la luna llena indica el hecho.
De pronto y sin pensar, Ana María Albina de las Nieves acelera sus pasos, unas sombras negras la persiguen. Ella corre, desesperada, grita, y los vecinos de aquel barrio cierran las puertas y ventanas. Tropieza y lágrimas ruedan por su mejilla, escapan, huyen de los temibles y robustos peligros que lastiman a Ana María Albina de las Nieves, sin compasión tratando de que ella suelte la cartera. Tantos golpes profundos, el resistir se aleja, el esperar se agota en segundos, la sangre navega por el piso como la desgracia escrita en su rostro. Sin valor, sus manos callosas y silenciosas entregan el motín, opaco es el paisaje y solitario el oxígeno que combate en el cuerpo de la pobre enfermera. Allí, recostada en el suelo, la humedad de cada suspiro inunda sus ojos, con su boca triste y seca, su piel maltratada y congelada, su cuerpo vencido, su alma sin fuerzas, sus barcos perdidos, su mejilla golpeada, nuevamente la realidad la atormenta. Se calma, tranquila con su espíritu aún sano, muere, y su ser turbio, alegre, contento y lleno de vida desaparece como el último barco de papel que vio irse por el agua tan pura y contaminada por las historias tristes y sin solución.
Creman al cuerpo de la noble Ana María Albina de las Nieves, mil ochocientas treinta y cuatro lágrimas mojan y absorben el momento, pero los sollozos ya no sirven, y el aliento se ha perdido.
Su mejor amiga, Luz María Teresa decide escribir la historia de Ana María Albina de las Nieves. Dobla el papel cuidadosamente, un nuevo barco con una nueva historia con nuevas penas, lo rellena de sus cenizas y lo libera, deja que se pierda en el agua, pues este se hunde y muere, al igual que la olvidada Ana María Albina de las Nieves.

Paula Luraschi.

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